martes, 18 de agosto de 2015

PARQUE DEL CAPRICHO



UNA AMIGA MUY ESPECIAL
PARQUE EL CAPRICHO


Madrid, años 40
Vivo en un Palacete pero no pertenezco a la nobleza, nada de eso, más bien todo lo contrario. En realidad donde vivo es en la casita destinada a los guardases de la finca. Yo soy su hija.
Estamos aquí desde el final de la guerra porque a mi padre le concedieron el trabajo como favor ya que es herido de guerra.
Como esto son las afueras de Madrid el lugar, aunque muy bonito también es solitario y aunque el tiempo se pasa  ayudando a mis padres en sus tareas y repasando mis lecciones junto a la lumbre mi vida resulta un poco monótona. Envidio a las chicas de mi edad que veo van en autobús al centro a divertirse. Yo no puedo hacerlo. Quizás si me empeñara un poco podría conseguir el permiso, lo que no conseguiría es el dinero y, si me lo dieran, sé que supondría un esfuerzo para mis modestos padres.
A veces pienso que podría irme a Madrid a trabajar para ayudarle un poco, aun    que fuera a servir en una casa pero soy su única hija y ellos, aunque no lo digan, me necesitan aquí. Cuando lo dejo caer así, de pasada, me dicen que lo que yo tengo es la cabeza llena de pájaros. Como por aquí apenas vive nadie no tengo amigas. Por eso me puse muy contenta cuando conocí a Dorita.
El palacete donde vivo, bueno, donde trabajan mis padres perteneció a los duques de Osuna y está rodeado por un precioso parque. La finca se llama El Capricho y sigue siendo bonita a pesar de que aquí estuvo la Junta Central de la defensa de Centro y  cavaron túneles que se utilizaron como búnqueres aunque está un poco descuidado. Mi padre hace lo que puede. En el parque hay un laberinto como en el cuento de “Alicia en el país de las maravillas” que es mi favorito, formado por setos de laurel. En invierno y bajo la niebla da un poco de miedo, pero ahora es otoño y no da tanto, así que cogí uno de mis libros y me fui a leer un rato por allí cerca hasta que oscureciera sin que nadie me molestara. Bueno, en realidad, aquí no te molesta nadie ni queriendo. Cuál no sería mi sorpresa cuando por allí, sentada en un banco encontré a Dorita.
Dorita me pareció muy guapa con aquel peinado de tirabuzones rubios recogidos con un lazo y su vestido de puntillas. Se cubría los hombros con una capellina de piel blanca y resultaba de lo más elegante, aunque tenía un no sé qué de antiguo.
-Hola, soy Dorita-se presentó.
Al principio no me gustó encontrarme con nadie. Acostumbrada a pasar todo el tiempo sola  me llevé un poco de susto con  lo inesperado del encuentro en un lugar que consideraba que era mío aunque no lo fuera pero tenía una cara tan simpática y actuaba con tal desparpajo que me cayó bien.
-Anda, siéntate un rato conmigo-me  ofreció haciéndome sitio en el banco aunque había de sobra para las dos.
Aún así, no sé por qué, pero sentí la obligación de obedecer.
-Nunca antes te había visto por aquí-dije en un intento de entablar conversación.
-Hace mucho que no vengo, aunque antes solía hacerlo a menudo. Hoy va a venir mucha gente.
-No tenía ni idea. Seguro que mi padre no sabe nada.
Dorita empezó a hablar y a contarme cosas y sin darme cuenta pronto estuvimos las dos sumidas en agradable conversación.
-Anda ven, vamos a dar un paseo-ordenó con aquel tono suyo que a mí me sonaba porque es el que suelen utilizar ciertas personas e clase alta.
Empezó a andar y yo la seguí. Parecía conocer el lugar tan bien como yo. En el palacete empezaron a encenderse luces y, de pronto, sin saber de dónde,  apareció una calesa tirada por dos caballos con su cochero y todo.
-¿Acaso están rodado una película?-pregunté.
Dorita se encogió de hombros.
-No tengo idea de que sea una película-respondió extrañada.-Ni Siquiera sé lo que es.
-Pues eso que ponen en el cine. “Lo que el viento se llevó” y así.
Como su nueva amiga continuara con cara de no entender, me olvidé del tema, y eso que yo estaba ya un poco extrañada, pero en cuanto crucé el paseo siguiendo a Dorita, me olvidé del coche. Subimos hasta el templete de Baco, con sus columnas y la estatua del dios en el centro. Allí empezó a llegarnos el rumor de voces y una música lejana.
Unos niños pasaron corriendo a nuestro lado seguidos por el aya. Subimos hasta el fuerte que hay sobre un pequeño lago y detrás, en la zona de los columpios había más niños, con sus amas, unos en los balancines, otros con sus aros y niñas saltando a la cuerda. Aquello empezaba a ser de lo más raro y no pude menos que sorprenderme.
-No tenía ni idea de que fuera a venir tanta gente.
-Ya sabes cómo son estas fiestas-respondió Dorita, a quien todo parecía de lo más normal. Incluso se detuvo a hacer carantoñas a un bebé que estaba en su cochecito.-Y ahora, ya sé que vamos a hacer… vamos a subirnos a una barca.
-Pero no tenemos permiso. Se enfadarán si nos ven.-protesté temerosa.
-Quita, quita, que se van a enfadar. Tú eres mi amiga.
Conocía el camino tan bien como yo, como si hubiera vivido allí toda la vida y no parecía tener miedo a nada, así que nos dirigimos a la caseta del embarcadero. A pesar de su vestido elegante subió con agilidad y me ayudó a subir a mí. Luego empuñó los remos y bogó por la ría hasta el casino de baile. Es un edificio pequeño junto al agua y en su base hay una catarata y la estatua con la figura de un jabalí. Allí solían celebrarse los bailes de verano y al parece, hoy también había uno del que yo no tenía noticias. La música crecía en intensidad según nos acercábamos y tras las contraventanas, abiertas de par en par, se podían ver las luces del salón de arriba y a los invitados pasándolo muy bien. Me gustaba tanto lo que estaba viendo que no quise plantearme nada más.
Dorita detuvo la barca al pie de la escalera y saltó a tierra con agilidad.
-¿Estás segura de que podemos entrar ahí?-pregunté. Mil veces me habían dicho que no se debe hacer nada sin el debido permiso para ello.
-No te apures. Nadie va a decir nada.
Un criado con librea salió a nuestro encuentro. Entonces fue cuando me empecé a sentir molesta de mi atuendo sencillo. De mi abrigo descolorido a pesar de haber sido dado la vuelta, que tenía algún zurcido pretendidamente invisible hecho por mi madre y que me estaba algo pequeño ya. Me avergoncé de no llevar el calzado adecuado y de mi pelo algo desgreñado.
-Anda, vamos. Tu vienes conmigo-mandó Dorita casi empujándome escaleras arriba.-Además voy a presentarte a mi novio. Verás, es el chico más guapo de todos los aquí presentes.
-No sé si debería…-insistí. Desde luego nadie iba a querer conocerme con aquellas pintas que llevaba.
Me quedé boquiabierta al ver el salón en todo su esplendor. Nunca antes había visto nada semejante más que en las películas. Jóvenes damiselas con vestidos de seda y abanicos de marfil bailaban al son de la pequeña orquesta con apuestos caballeros. Reconocí un famoso vals. Todo parecía de otra época. Me quedé boquiabierta. Un suave codazo de Dorita me sacó de mi ensimismamiento.
-Abajo, en el parterre han puesto unas mesas y seguro que hay pasteles. ¿Te apetece tomar uno? También habrá helados y horchata.
¡Por supuesto que me apetecía!  Una chica se acercó a nosotras y me miró. Creí morir del apuro. Sin embargo, me sonrió.
-Me encanta tu vestido- me dijo.
¿Qué vestido? ¿Cómo podía gustarle mi viejo abrigo? Se lo hubiera cambiado por el suyo, de color verde claro en aquel mismo momento y sin dudar. Dorita no había mentido. Las mesas estaban a rebosar de pasteles. Más de lo que yo había visto en mi vida. Sin embargo me dio miedo. Si se enterasen mis padres de lo que estaba haciendo me iba a caer encima una buena. “Seremos pobres, pero honrados. Nunca se coge lo que no es de uno”. Y menos en un lugar al que no has sido invitado, añadí yo.
-Anda, anímate, ¿cual prefieres?
Alargué la mano y cogí uno. Era de hojaldre suavísimo, relleno de crema y se deshacía en la boca al modelo. El vaso estaba helado y la horchata que me sirvieron era la mejor que había probado.
-¿Ves? Aquel es…mi novio. No dirás que no es guapo.
No me dio tiempo a dirigir la vista hacia donde Dorita me indicaba. De repente todo, absolutamente todo, las mesas llenas de pasteles, los encantadores jóvenes bien vestidos, la música, las luces del casino de baile y hasta Dorita. El parque quedó de nuevo sin vida, como debería haber estado y yo me quedé allí, rodeada por la oscuridad. Empecé a temblar muerta miedo.  Me alejé de allí corriendo a riesgo de tropezar y caerme en la oscuridad. Bajé pasando por delante de la ermita y dejando la casa de la vieja que ahora me parecía la casa de una bruja, a la derecha. Solo el conocer el camino perfectamente evitó que me cayera o me perdiera. No me paré hasta llegar a casa.
Mi casa estaba igual que siempre. Sólo entonces me sentí a salvo, no sé de qué, pero a salvo, aunque aún creía tener el regustillo del pastel y la horchata en la boca. Ni que decir tiene que nunca jamás volví a ver a Dorita después de aquel día que, por cierto, era el 31 de octubre. Aún recuerdo la fecha, a pesar de los años transcurridos y de conseguir una beca para estudiar he llegado a ser una escritora famosa. Aún así no he perdido la esperanza y la llamo cuando vuelvo de visita al parque de El Capricho; “Dorita, ¿estás por aquí?”, digo, pero ella nunca responde.
Dorita tenía el mismo nombre que una chica que según me enteré, se había ahogado el siglo pasado en la ría. 

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