martes, 16 de abril de 2013

LA MAJA SE QUEJA


Yo, tomando el sol, fuera del Museo




LA MAJA SE QUEJA
MUSEO DEL PRADO

Sí, lo sé soy una celebridad y vienen a verme desde muy lejos pero… ¿de verdad creéis que es divertido ser un personaje conocido y vivir en la galería principal de uno de los museos más conocidos y visitados del mundo rodeada de otras celebridades, todas compitiendo por un poco de atención? ¿De verdad es eso lo que lo creéis?
Pensaréis, ¿de qué se queja esta, con la vida que lleva? Pasar el día entero sin hacer nada más que recostarse sobre un montón de almohadones y ser admirada por la gente que pasa… Os lo digo yo… no es agradable en absoluto. Para nada. Es uno de los empleos más aburridos de la tierra. No se puede salir cuando hace bueno para dar una vuelta por Huertas o por el  Retiro que queda aquí detrás. Tampoco puedes ir a ver a los colegas del Reina Sofía (aunque estos suelen ser tan modernos que no los entiendo) o del Tyssen, que está nada más que cruzando la calle. Tampoco puedes largarte a las rebajas del Corte  Inglés. Sí, cuando el museo está cerrado podría ir a visitar a los majos que juegan a la gallina ciega o tomarme un vinito a la pradera de San Isidro pero ¿así, tal cual, en pelota picada? No me siento cómoda, la verdad.
Además, siempre estás rodeada de los mismos vecinos, nos conocemos demasiado y ya nos lo hemos dicho todo. Tenemos nuestros resentimientos y luchas internas los unos con los otros. A quien de verdad detesto es a mi gemela, la maja vestida. ¿Por qué ella esa vestida y yo no, eh? ¿Por qué señor de Goya y Lucientes? ¿Qué le he hecho yo para mecer tan cruel destino? Todo el mundo cuenta cosas de mí, lo sé, y hay comentarios muy, pero que muy maliciosos. La gente, que tiene muy mala idea.
También están los que te miran de modo lascivo y que te critican “Cari, después de todo lo que dicen de ella pensé que estaría mucho más buena” decía el otro día una señora gorda a su calvo marido. O “su cuerpo no es para lanzar fuegos artificiales, ¿no?” decía una chica joven, de las que ahora llaman un pibón, a lo que su novio respondió: “Yo prefiero cien veces el tuyo, bonita”. ¡Mierda! Incluso he oído una crítica de uno con aires de gafapasta que decía que mi cuerpo no se corresponde con mi cara. ¡Menuda idiotez! ¿Qué es lo que toda esta peña hace por aquí? ¿Criticar al personal? ¿No tienen nada mejor que hacer? Claro, como el domingo por la tarde la visita es gratis…  pues ala, a ver a una servidora.
De lo que no quiero ni hablar es de las explicaciones que dan de los guías a gente tan poco interesada y tan cansada que mientras ponen cara de atender en lo que piensan es en sentarse en una terraza y tomarse una birra.  De las noches mejor no os cuento; esto parece una corrala de Lavapiés: ruidos por aquí, gritos por allá… Lo más molestos son los cascos de los caballos de la sala de Velázquez, así no hay quien se relaje…  “La familia de Carlos IV” no hay noche que no tenga una bronca montada y los de “Los fusilamientos del 2 de mayo” pues venga a disparar. Sin embargo, cuando he osado rellenar el cuestionario C5, el de las quejas, (después de todo no soy más que una funcionaria, así que aparte de haberme recortado el sueldo no tendré paga extra de navidad este año) se me dice que me quejo de vicio porque no tengo nada mejor que hacer. Aquí no saben lo que es eso de la libertad de expresión, que va. ¿Y habláis de Austwichz? El Museo del Prado es aun peor, os lo digo yo, así que estoy pensando declararme en huelga un día de estos con “Las tres gracias” de Rubens las de la sala de pintura italiana porque aquí, en este edificio, las corrientes de aire no tenéis ni idea de lo que pueden llegar a ser. Cualquier día nos cogemos una pulmonía y ya sabéis, como está lo de la Seguridad Social. No hace falta que yo os lo diga.
Ya que estamos en la hora de las quejas os voy a confesar otra de mis grandes penas… no puedo cambiar de expresión, así, como os lo cuento, por lo que tengo que estar horas y horas manteniendo esta media sonrisa complaciente de idiota.
Pero yo también tengo mis secretos y me apetece comentar uno con vosotros… sí, estoy enamorada, aquí se siente una tan sola que me apetece pasar un rato agradable. Claro, queréis saber quién es el afortunado, pero eso me lo guardo que luego todas estas cotillas hablan mal, sin embargo voy a daros una pista, es moreno y va envuelto en una capa… y además aprovecho par deciros otra cosa de una vez por todas, señoras y señores: No estoy embarazada, que va ni mucho menos, eso es algo que alguna que me quiere mal ha dejado caer y el rumor se ha extendido por todas las salas, pero no. A pesar de que trabajo desnuda soy una dama decente. El rumor surgió de alguna que me la tiene jurada y fue con el cuento a la reina MarÍa Luisa, de “La familia De Carlos IV”, que será una reina, pero también una portera. Cualquier cosa de la que ella se entera se propaga por el museo como la pólvora.
Ahora ya me vais conociendo, así que… ¡oh no! Se acabó el relax. Ya llegan los japonenses, los primeros, como siempre, y eso que hoy llegan dos minutos tarde, por lo que supongo debe haber atasco en el Paseo del Prado, o en Atocha. Lo siento, pero me quedan  muchas horas de curro, así que, encantada de haberles conocido, y gracias por haberme escuchado. Si alguna vez vienen a Madrid y quieren dar una vuelta para presumir de cultos, pues vengan a verme, yo estoy aquí siempre, en el Museo del Prado. No hay pérdida. Pregunten por la Maja Desnuda.

Yo y Don Francisco, mi creador

La casa donde vivo, por si me quereis visitar

domingo, 7 de abril de 2013

CALLE DE SERRANO







EL BALCÓN DE CASA DE MI ABUELA
CALLE DE SERRANO
Madrid años 50

 Era una calle de estilo parisino de aceras amplias y doble fila de árboles. Por la calzada pasaban muy pocos coches, algún camión, carros y aquellos coches de muerto grandes y negros rodeados de cristales para que se viera el ataúd. Al anochecer aparecía el farolero, un señor de gris provisto de un palo muy largo con el que encendía las farolas. Cuando se cerraban los portales, a las diez de la noche, se escuchaba a la gente llamando al “sereno un señor con gorra, que llevaba otro palo largo y un manojo de llaves para que te abriera.
Desde el balcón de la casa de mi abuela, en un segundo piso del número 7, donde yo nací, se veía absolutamente todo lo que pasaba. Mi tía María Jesús se sentaba a coser  y radiaba todo lo que veía que, cuando tú ibas corriendo a verlo, no parecía ni la mitad de interesante.
Enfrente, en la esquina con Conde de Aranda, el número 8 de la calle, donde yo iba a vivir unos años más tarde, estaba la tienda de Mariquita Pérez y sus escaparates que eran la delicia de las niñas. En verano las vestían con bañadores y gafas de sol, en invierno con abrigos o ropa de ski.
Al otro lado del portal, quedaba “La Gloria de las medias” donde entraba a veces con mi abuela, y en el 6, casi esquina a Columela, la cafetería-salón de té “LOTO”, con sus mesitas en la calle donde se sentaba la gente fina a tomar el aperitivo. Entonces se podía aparcar el coche sin problemas y delante de “Loto” siempre estaban los cochazos más “sofís” de Madrid. Hoy en día sigue siendo sofís, puesto que allí ha ido a parar una sucursal de la pastelería Mallorca, no exactamente allí, pero sí en el número 6.
La calle empieza justo en la puerta de Alcalá, a dos pasos del Retiro y es paralela al Paseo de Recoletos,  donde entonces se sucedían los aguaduchos y había sillas de pago. En primavera ponían allí la feria del libro.
Volviendo a Serrano, en los primeros números de la acera de los pares había una tienda de telas de las que ahora se diría que son “fashion”, las flores “María Luisa” con un escaparate chorreando agua que me encantaba y, ya en la esquina con Columela, bajando unas escaleritas, la juguetería Miñón, frecuentada por todos los niños del barrio. Hoy han desaparecido todas.
La acera de los impares siempre ha sido más aburrida, con Bancos y cosas así. En la esquina con la plaza se instalaba la periodiquera ya que no había casi quioscos, y voceaba la mercancía “Informaciones, Madrid, Pueblo”…  En el número 5, esquina a la calle Recoletos se situaba la primera oficina en España de IBM y sus enormes máquinas que nadie sabía para qué servían. Debajo de casa de mi abuela había una “tienda de sedas” (o sea, una mercería), la tienda de comestibles “Mantequería Diez” y la perfumería “Esteban”, donde olía estupendamente. Ahora no queda nada de esto. Por las mañanas, en esa manzana se instalaba el churrero. Desplegaba una maleta de metal y ensartaba lo churros y los buñuelos en un junquillo.
Yendo hacia la calle Goya esta acera seguía siendo aburrida, puesto que una manzana la ocupa el Museo Arqueológico, y la siguiente la ocupaba la Fábrica de la Moneda un edificio muy feo y gris con pinta de eso, de fábrica. Cuando la echaron abajo se convirtió en la plaza de Colón, con sus monolitos de piedra.
Por el contrario la acera de la derecha siempre ha estado a rebosar de tiendas y por ende, de escaparates que eran un pasatiempo y luego veía cuatro veces al día cuando iba y venía del colegio de las teresianas, cruzándonos con los chicos del colegio de los “sagrados corazones que iban en sentido contrario. La tienda de decoración ”Rohan”, con sus escaparate inmenso a veces representando un jardín con tumbonas y sombrilla, la perfumería “Álvarez Gómez”, en el mismo sitio donde sigue al cabo de los años, con sus vitrinas llenas de bisutería finísima y su olor exquisito.
Siguiendo hacia Goya, se sucedía otra tienda de decoración “André&Hipola”, la “Camisería Inglesa”, las flores “Castañer” (otros que siguen inamovibles), entre zapaterías y tiendas de tejidos (entonces la gente se hacía ropa en modistas) y regalos, como “Raphael”, en un coqueto patio donde mi familia compraba los regalos de boda, en la casa de al lado de lo que fue librería “Aguilar”, mas tarde “Crisol” y ahora una zapatería ”Camper” . Justo enfrente, esquina a Jorge Juan pusieron “Loewe” que entonces no me decía nada y luego paso a encantarme, con unos escaparates dignos de admiración. Lo siguen siendo.
Un poco mas allá estaba “Fémina”, un cuchitril con mostrador de madera donde mi madre compraba “skijamas” y bañadores “Meyba”, camisetas , calcetines, etc. Con el tiempo se volvieron elegantes y se trasladaron un poco más allá, a una tienda nueva, donde ahora hay un “Prada”.
Incombustible aún permanece “Matarranz”, con sus mantas de  lana exquisita, sábanas de hilo y paños de cocina de lino. Un poco mas allí, hasta la esquina con Goya, que ahora está lleno de “Yves St. Laurent, Rive Gauche”, “Michael Koors”, la joyería… y “Loewe Homme”, donde antes estaban la “Mantequería Leonesas” se sucedían tiendas de barrio.
Seguimos subiendo después de cruzar Goya, y ahí empezaba lo que en los años 60  se conocía como el “tontódromo”, frecuentado por los llamados “niños de serrano”, sinónimo de lo que ahora se llama “pijos” y que entonces eran los niños modernos y ricos de la época. Bien vestidos y con sus coches descapotables frecuentaban las tiendas y llenaban las terrazas de “Roma” “El Águila” o la cafetería “Iowa”.
Hace años que me marché de allí, mi abuela murió y mi madre se mudó a un piso más pequeño y más cómodo. Las pequeñas tiendas como la panadería o la lechería fueron desapareciendo, al mismo tiempo que desaparecía la mitad de la acera junto con una de las filas de árboles. La calle se llenó de coches y ya no había quien aparcase pero seguía siendo una calle con encanto y cada vez tiendas más exquisitas. Luego llegó Gallardón, construyó un aparcamiento subterráneo, y la ha convertido en lo que mismo que el resto de Madrid, una fea pila de cemento llena de tiendas, caras, eso sí, pero sin glamour ninguno.
(1) Antes en lugar de Duran era "Mariquita Pérez"

Flores castañer, aún en su sitio

Matarranz, sobrevive
Casa de Serrano 7

Esquina Serrano8 con Conde Aranda(1)

El portal de Serrano7